Todos los que hacemos parte del sistema educativo sabemos o por lo
menos intuimos el valor que tiene para un ser humano adquirir la
competencia lectora. Y con lectura no nos referimos a decodificar los
textos sino comprenderlos.
Históricamente nuestras escuelas suponían que los estudiantes ya traían ese componente crucial, adquirido desde sus hogares, por lo tanto sus quehaceres académicos consistían en afianzar o profundizar en esos supuestos aprendizajes. También sabemos que siempre hubo un grupo de rezagados estudiantiles que no lograban finalizar la escuela formal completando el ciclo básico obligatorio (que fue variando con el pasaje de los años). A nivel general siempre hubo un porcentaje de estos muchachos que por “inadaptados” al sistema, terminaban “abandonados” académicamente a la suerte de la vida. En la actualidad, desde la implementación de diversos tipos de evaluaciones internacionales, con respecto a la lectura, todo este conjunto de supuestos ha sufrido muchas críticas por parte de diferentes actores del ámbito escolar, principalmente por autoridades en políticas educativas, de los países que sus estudiantes mostraron peores desempeños académicos. Toda esta movilidad, ha generado reflexiones en torno a la pregunta que se plantea Pisa: “¿qué tan bien preparados están los estudiantes de 15 años para enfrentar con éxito los desafíos de la sociedad del conocimiento y participar activamente como ciudadanos plenos?”(“Primer informe Uruguay en Pisa 2009, pág. 9 ”). Esta cuestión se plantea bajo la concepción de que los estudiantes sean capaces de utilizar sus habilidades de lectura para entender e interpretar diversos tipos de textos. Tomando en cuenta la premisa de que toda persona nace y se desenvuelve dentro de un ambiente cultural y el lenguaje es un factor integrante, la educación formal tiene el cometido de desarrollar y propiciar el hábito de la lectura. Pero, ¿qué supone leer? Leer supone modificar los esquemas de conocimientos que el alumno posee, en concurrencia con otros nuevos que la lectura le ofrece, dado que el significado está sólo parcialmente determinado por el texto en sí. Es un proceso cognitivo. Diversos estudios realizados desde el año 2000 hacia la fecha, han llegado a la conclusión de que hay algunos temas medulares para la mejora de la comprensión lectora. Jiménez y O´Shanahan (2008) afirman que para esta mejora suceda hay que preparar a los docentes para que instruyan a los alumnos en estrategias de comprensión de textos. Ellos concluyen que “Más que enseñar estrategias específicas, los profesores ayudan a los alumnos a concebir la lectura como una actividad de solución de problemas (…) y a aprender a resolver los problemas de comprensión”. Según la catedrática Marta Marín (2010) de la U.B.A.(Universidad de Buenos Aires), la comprensión implica un proceso en el cual intervienen factores como lingüísticos, psicolingüísticos, culturales y otros relacionados a la experiencia del sujeto. Dicho de otra manera, intervienen las competencias lingüísticas como también deseos, ideología, la cultura, el conocimiento del mundo que tiene, y su experiencia. En consecuencia, en Uruguay se creó un plan por parte del equipo de políticas lingüísticas, denominado Prolee, que busca promover la lectura a partir de diferentes propuestas a través de un conjunto de niveles de desempeño. Con ello se apunta a poder abordar a todos los alumnos independiente del nivel de competencia lectora que posea en el momento de participar de una clase de lengua. Toda esta promoción y análisis, busca romper con la brecha que existe entre los alumnos que provienen de núcleos familiares que promueven la lectura y los que crecieron en hogares que dicha cultura letrada no fue acreditada de hecho. Por lo tanto, como profesores tenemos el deber moral y ético de crear espacios en dónde la lectura sea el puente entre los individuos y el mundo que nos rodea. Bibliografía:
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