El verano nos va diciendo adiós y poco a poco va dejando paso al otoño; los días comienzan a ser más cortos, descienden las temperaturas y los animales y plantas se preparan para la caída de las primeras lluvias.
Uno de los habitantes del monte que vive este período con mayor intensidad es el ciervo. Este gran ungulado que durante todo el año ha estado esquivo entre la profundidad del bosque mediterráneo, a finales de agosto y principios de septiembre, se deja ver y sobre todo oír.
¿Y por qué ocurre esto? Porque las ciervas presienten que las primeras lluvias están al caer y deben parir sus cervatillos en la primavera, que es la estación donde el pasto es más abundante. Para que "salgan las cuentas", las ciervas deben quedarse preñadas en los meses de septiembre y octubre, y para ello, avisan a los ciervos emitiendo hormonas que alertan a los machos de su receptividad para la cópula. Es en este momento en el que los ciervos compiten unos con otros por copular con el máximo número de hembras posible. Se suceden peleas, chocando sus majestuosas cuernas y sobre todo, comienzan a berrear. La berrea es un sonido que emite el ciervo avisando a sus competidores que ellos son los dueños de ese territorio, y que tienen derecho exclusivo para copular con las hembras que allí se encuentren.
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