Los makerspaces -literalmente, “
espacios para hacer”- son
espacios físicos en los que un grupo de personas se reúne para
compartir recursos, conocimientos mientras se elaboran proyectos
en los que la cooperación, la creación de objetos físicos, el trabajo a
través de la Red, o el uso de hardware abierto como Arduino y
Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) como impresoras
3D, son prácticas habituales. Su aparición en entornos educativos, donde
se encuentra cada vez más presente pese a las dificultades de
implementación y recursos que plantea, es uno más de los muchos cambios
provocados por la irrupción de las TIC en nuestras vidas, y el relego de
las capacidades memorísticas del alumnado en favor de una mayor
aprendizaje competencial y colaborativo, basado en la participación
activa. Características que sientan como un guante a la corriente que ha
dado a luz a estos makerspaces, y que ha sido lógicamente bautizada
como movimiento Maker.
Los inicios de un movimiento
En los orígenes de este movimiento se cruzan las iniciativas vinculadas al
Do it Yourself (
DIY),
popularizado durante la década de los cincuenta del siglo XX en los
EE.UU. gracias a publicaciones como Popular Mechanics o Popular
Electronics, y el auge de los
hackalabs,
o asentamientos físicos por comunidades abiertas que utilizan software
libre para experimentar y así acceder a prácticas como el
autoaprendizaje, el conocimiento libre de la informática o el activismo.
Dos corrientes sin apenas relación entre ellas que fueron aunadas por
Dale Dougherty cuando en el año 2005 impulsó el lanzamiento de la
revista Make (actualmente disponible en
formato digital)
de tirada trimestral y centrada en proyectos DIY, que al año siguiente
impulsaría la creación de una serie de Maker Faires en suelo
estadounidense que pronto se extendieron por todo el globo. En
estas ferias,
los participantes llevaban a cabo conjuntamente y en equipo sus
proyectos colaborativos. Al estar abiertas al público, estas primeras
ferias provocaron su expansión a diferentes sectores sociales y
profesionales de la población bajo la forma, más reducida que la de las
ferias pero con idénticas intenciones, de los makerspaces.
Genéricamente,
estos lugares no se encuentran vinculados a
ningún sector profesional o social determinado, y desde sus primeras
apariciones en entornos relacionados con una visión libre del uso de las
TIC han ido calando en otros tan dispares como el científico, el
artístico o, también, el educativo. En este último campo, y
pese a que existen numerosos docentes que utilizan sus propios
makerspaces para ensayar e investigar sobre su profesión, nos ceñiremos a
los beneficios y características propias que un espacio maker puede
tener sobre el alumnado.
Aprendiendo a través de la acción
La filosofía de trabajo que vehicula los makerspaces, educativos o no, es la de
la
cooperación y el intercambio de ideas, pero siempre en aras de lograr
una serie de objetivos que no pretenden cubrir una necesidad curricular,
si no satisfacer de forma interdisciplinar la curiosidad y capacidad de
sus participantes a través del principio de
Learning by doing o
Do it yourself (DIY). Una serie de principios que, aplicados en entornos pedagógicos suponen una adaptación prácticamente autogestionada del
aprendizaje por proyectos
y en la resolución de problemas que se ve muy beneficiada por la
variedad de alumnos que puede acoger. Ya que, al contrario de la
distribución tradicional del alumnado en las aulas, por cursos y
materias específicas, los makerspaces educativos permiten la
participación de alumnos de todas las edades y áreas del conocimiento.
Esta particularidad, que requiere unos mínimos de gestión,
organización, y respeto mutuo por parte de los miembros del makerspace y
de una mínima supervisión por parte de la autoridades docentes de la
escuela, repercute en un continuo intercambio de ideas entre unos y
otros de cara a lograr el mejor resultado posible… y a que los unos
aprendan de los otros sobre materias que desconocen, en
un ambiente colaborativo basado en la experimentación y en el ensayo y error pasando del mentado DIY al más rico DIT, de
Do it Together.
El aspecto colaborativo propio de los makerspaces entronca además con
una visión constructivista de la educación ya que, gracias a la
interdisciplinaridad que aloja, sus participantes pueden aprender de
forma más general y a partir de una visión de conjunto creada entre
todos ellos. Pero, más allá de la apuesta por lo físico y la práctica en
talleres organizados en los makerspaces, esta perspectiva holística del
aprendizaje
tiene por lo general un cariz tecnológico y comunicacional, heredado de los orígenes informáticos del movimiento maker. Lo que lo aproximan al
pensamiento computacional, o a la educación integrada
STEAM,
pese a que eso, como ocurre respecto a la disponibilidad de espacios
para el makerspace dentro o fuera de la escuela, implica la obtención de
unos recursos determinados como una buena conexión a Internet, la
adquisición de software libre y adaptable a las posibilidades de los
alumnos, o de impresoras 3D que permitan la creación de herramientas
necesarias para llevar a cabo los proyectos que se deseen. Aunque el
elemento más importante para hacer de un makerspace un lugar de
aprendizaje es el impulso estudiantil de aprender para poder hacer, y el
de hacer para recordar lo aprendido y poder compartirlo con los demás
compañeros de espacio, o de las redes sociales.
¿Existen makerspaces en vuestra escuela, o espacios similares
vinculados a vuestro centro? ¿Qué efectos tienen sobre los procesos de
aprendizaje de vuestros alumnos? Esperamos que compartáis vuestras
experiencias al respecto con todos nosotros, al igual que este post con
vuestros contactos.
Para saber más:
TEDxTalk
We are makers, por Dale Dougherty (VOSE).
Espacios de creación digital, Makerspace para trabajar competencias transversales en educación secundaria, por Moussa Boumadan Hamed.