¿Aprenden nuestros alumnos todo lo que les enseñamos? «La enseñanza sin aprendizaje es como una carta sin destinatario».
Con esta frase tan metafórica y descriptiva, Dani Carpes, alumno de
primero de Grado Educación Primaria, argumentaba una de sus respuestas
en la asignatura en la que participo como profesor. Me hizo feliz
leerla y le solicité permiso para publicarla.
Cuántas veces hemos estado enseñando contenidos, conceptos,
procedimientos y actitudes (qué obsoleto suena ¿verdad?) que nunca
aprendieron nuestros alumnos.
“Pero si lo vimos el curso pasado en clase de ciencias, y le dedicamos un par de semanas, ¿cómo es posible que no lo sepáis?”- nos
quejamos con decepción al comprobar que nadie de la clase recuerda algo
ya estudiado con anterioridad. Como una gran burla a la esencia de
nuestra profesión, muchos docentes pasamos horas, días y semanas
sufriendo la sensación que nuestros alumnos no aprenden, que deambulan,
seguramente desorientados, entre los contenidos que enseñamos (o que
creemos enseñar) sin tener una meta fija, más allá que el examen de
fin de mes o trimestre. Una situación que se repite, quizá con mucha
frecuencia en nuestras aulas, dejando apesadumbrado al docente y vacío
al alumno.
El profesorado como investigador en su aula. Un
saludable ejercicio de autoevaluación consiste en preguntarnos cada
día, al finalizar la jornada escolar, qué aprendieron, de verdad,
nuestros alumnos, qué carga valiosa se llevaron hoy en sus mochilas y
qué durabilidad tendrá lo aprendido. Es más, preguntárselo a ellos como
ejercicio sistemático metacognitivo y auto-reflexivo. Con hallar una
sola respuesta será suficiente para justificar nuestra acción docente
del día. Si no encontramos resultados, o sólo nos descubrimos con
contestaciones evasivas de las que comienzan por «pero» y acaban por «la
culpa es de»…, inspiremos profundo, rebobinemos y retomemos otra
pregunta: ¿qué puedo hacer mañana? , o mucho mejor, ¿qué puedo hacer
mañana que no hice hoy?, partiendo de una premisa: no necesitan repetir
más veces lo mismo que antes no les sirvió. El
aprendizaje auténtico no se da por repetición, se produce por conexión. Es necesario buscar alternativas y los docentes las conocemos.
La relación entre enseñanza y aprendizaje no es (nunca fue) simple ni directa
Una mirada desde el aula, realista, analítica y reflexiva, nos hace
conscientes de la existencia de múltiples factores que infunden una gran
complejidad a los procesos educativos: organización escolar, contexto
socio-familiar, diversidad de capacidades y estilos de aprendizajes del
alumnado, estímulos hacia el aprendizaje intrínsecos y extrínsecos
(internos y externos al centro), clima escolar y relacional (de
profesorado y alumnado), …). ¿Quién dijo que la docencia era fácil? Una
complejidad en forma de árboles que, en muchos casos, no nos deja ver
el bosque de las necesidades reales. Iniciar este camino exploratorio
por estos factores nos lleva a dos razonamientos previos:
1
No siempre la ausencia de aprendizajes en el alumnado se deben a un error en la enseñanza, pues intervienen múltiples variables.
2
No podemos asegurar que las acciones de enseñanza en el aula, por
esos mismos elementos, son siempre la causa de los aprendizajes que
consiguen los alumnos.
Lo que nos dan, por lo que nos quitan.
En mis clases dialogamos, en ocasiones, sobre un documento del profesor Juan Mallart
1 ,
que me gusta especialmente, donde expone su visión en relación a este
tema. Mallart elabora un cuadro de doble entrada, directo y claro, en el
que dibuja todas las relaciones posibles que existen entre enseñanza
(E) y el aprendizaje (A) a las que merece la pena dedicar unos
minutos de atención y análisis.
La relación enseñanza-aprendizaje
1
La primera interacción entre estos dos elementos la denominamos
[E+A+]. Es una relación deseada y puede parecer la clásica relación
didáctica que nos lleva a una perspectiva institucionalizada de la
enseñanza:
Un espacio donde se provocan actos de enseñanza que como consecuencia producen efectos de aprendizaje sobre otros individuos.
Haciendo una lectura actualizada de la misma vemos que el Aprendizaje
ha tomado protagonismo en esta unión. ¿Por qué? Mientras que el
depositario de la acción de aprender está concentrado en un solo destino
(el alumno), los propulsores de la acción de enseñar se han
multiplicado y diluido su poder en el aula: profesores, otros adultos,
los propios alumnos entre sí, las tecnologías, otros recursos
pedagógicos, el contexto,… y cualquiera de ellos puede ser prescindible
en un momento dado.
Por otro lado, en el proceso e/a hay otros elementos, mucho menos
controlados e identificados, que también enseñan (las emociones, las
relaciones sociales y didácticas, los modelos, las creencias, los
valores,…).
Así, pudiera ser que la denominada A+ no sea efecto directo de la
E+, aunque se produzcan, supuestamente, en el mismo acto y espacio
educativo.
El análisis de esta relación nos proporciona a los docentes
la identificación de los puntos fuertes donde sustentar la acción
docente y orientadora.
2
El segundo binomio que une este producto cartesiano es el que
representamos como (E+A-): la relación que, aún desplegando todos los
elementos de enseñanza descritos anteriormente, no logra los efectos de
aprendizaje deseados. Es decir se produce una actividad educativa
intencional, donde destaca la intención más que el éxito obtenido. Su
desarrollo intencional positivo (E+) tiene como consecuencia la no
producción de los aprendizajes previsto (A-).
En este caso, es preciso preguntarnos sobre cuál o cuáles han podido
ser la o las causas. Una acción evaluativa pertinente será indagar en
los modos de poner en juego todos los elementos e intentar descubrir lo
que nos ha fallado.
Hablamos de analizar los modelos metodológicos desarrollados
y la posibilidad de buscar en nuestro entorno diferentes esquemas de
proceder. Salir de nuestra aula y buscar elementos de mejora
en otras prácticas de éxito educativo. Entrará en juego el concepto de
innovación educativa y de ser capaces de asumir pequeños riesgos al
asumir
propuestas de cambio.
3
El tercer cuadrante nos sitúa en una relación extraña para los
docentes: E-/A+. Hay ocasiones que la respuesta a qué han aprendido hoy
mis alumnos nos lleva a descubrir que aprendieron algo que nunca
tuvimos intención de enseñar. La delgada línea que dividía (que divide)
en los currículos, los aprendizajes formales de los informales se está
diluyendo a velocidad que la escuela no puede controlar. La actividad
atrás considerada extraescolar empuja con gran potencia solicitando ser
incluida en
currículos configurados a la medida de cada aprendiente, de cada grupo de alumnos, de cada centro.
La propuesta que podemos hacernos a continuación será la de indagar
en los contenidos del currículo y apostar por la flexibilización y
enriquecimiento del mismo, con la utilización de tópicos distintos y del establecimiento de relaciones diferentes entre ellos.
4
El último cuadrante, [E-A-] es aquel que relaciona la enseñanza
figurada y, consecuentemente, la ausencia de aprendizaje auténtico.
Esta relación escenifica lo que en otros artículos hemos denominado la
educación placebo.
Partiendo de la profunda convicción que ningún docente,
intencionadamente, evita que en su aula se produzca enseñanza, y que
muchos alumnos se esfuerzan en lo que cree importante estudiar (como
sustituto de aprender), es una realidad la existencia de este modelo
relacional que tanto nos preocupa y del que tantas veces hablamos.
¿Por qué esta situación queda invisible ante los que podrían
quejarse? El alumnado tiene con frecuencia unas expectativas de lo que
es aprender reduccionistas, inducidas, probablemente, por años de una
cultura escolar que promociona el asimilacionismo del conocimiento
acrítico como valor y ningunea la creatividad, el desarrollo del
pensamiento divergente y la capacidad de aprender a aprender. Un
placebo al aprendizaje lo proporciona una nota, un número como triste
evaluación de lo aprendido, conseguida a partir de un examen
memorístico, válido en una sociedad capturada por el síndrome del
opositor y las reválidas.
«La enseñanza sin aprendizaje es como una carta sin destinatario» e
imagino una oficina de correos con un cajón lleno de sobres portadores
de hermosos mensajes que nunca encontraron a su destinatario. Al mismo
tiempo me pregunto:
¿En qué cajón del aula quedarán las enseñanzas que nunca aprendieron nuestros alumnos?
1Mallart, J. (2013). Cap. 1: Didáctica: concepto, objeto y finalidad Didáctica general para psicopedagogos.