Por Jose Antonio Marina
La enseñanza de valores éticos ha estado siempre sometida en
discusión. ¿Es adoctrinamiento? ¿Debe enseñarla la escuela o es cosa de
la familia? ¿Se puede enseñar como si fuera una asignatura más?¿Se puede
evaluar? Las dos primeras preguntas se contestan de la misma manera. Si
hay una ética universal enseñarla no es adoctrinamiento y debe hacerse
en la escuela. Pienso que se pueden justificar unos principios éticos
fundamentales, que forman el cimiento de una convivencia justa, y que
eso es lo que se debe enseñar. Una equivocada idea de lo que significa
“autonomía de la conciencia” ha llevado a defender que cada alumno debía
construir su sistema de valores o consensuarlo con los demás mediante
un diálogoinformado.
Eso es tan verdadero o tan tramposo como decir que lo alumnos debían
construir su propio sistema matemático en diálogo con los demás
compañeros. Sería fantástico que lo hicieran, pero sospecho que hasta
los sesenta años no habrían llegado a las ecuaciones de segundo grado.
De la misma manera que cualquier lección de física es el resultado de
una larga tradición científica, las normas éticas son el sedimento de
la experiencia moral de la humanidad, con sus tanteos, errores, y
aciertos. Por ejemplo, ¿por qué decimos que todos los seres humanos son
iguales en dignidad, aunque algunos hagan atrocidades?¿Por qué nuestras
legislaciones aceptan que la monogamia es superior a la poligamia?¿Por
qué admitimos la función social de la propiedad?¿Puede la verdad
imponerse por la fuerza?
La ética es un conocimiento difícil y complejo, que mezcla la
inducción y la deducción, que tiene un fundamento experimental y que,
por lo tanto, no puede improvisarse. Puede y debe enseñarse en la
escuela. Otra cosa es cómo hacerlo. Una solución es la “educación en
valores” que, fundamentalmente, trata de conocer los valores, aprender a
justificarlos, clarificarlos, y saber razonar sobre ellos, o sobre los
dilemas éticos que la vida plantea. Esto es, sin duda, necesario. Pero
ya dijo Aristóteles que lo importante no es saber qué es lo bueno, sino
hacerlo.
Por eso, la educación en valores debe prolongarse con una “educación
en las virtudes”, que, desde los comienzos de la filosofía griega
constituyó la esencia de la educación. La cultura europea abandonó esta
orientación, fundamentalmente porque se pensó que era una noción
religiosa. A mediados de los ochenta, el filósofo escocés
AlasdairMcIntyre intentó rehabilitar el concepto de virtud en su libro
“AfterVirtue”, que tuvo mucho éxito, pero cuya influencia desapareció
pronto, sobre todo por la emergencia de la “ética comunicativa”.
Me parece conveniente en estos libros de texto unir ambas cosas: la
educación en valores y la educación en virtudes. Afortunadamente, el
currículo ministerial menciona en un par de ocasiones la teoría
aristotélica de las virtudes, lo que me proporciona cobertura legal.
Como el concepto de “virtud” está olvidado o desprestigiado, he
comenzado mi personal campaña para recuperarlo. Por eso la semana pasada
publiqué en la sección semanal que llevo en LA VANGUARDIA el siguiente
artículo:
REIVINDICACIÓN DE LAS VIRTUDES
Las últimas leyes educativas hablan de “educación en valores”,
expresión que ha entrado en nuestro léxico cotidiano y que, sin embargo,
a mí me sigue extrañando. Debe de ser porque nadie me habló de valores
en la escuela. Conocí la palabra al leer a Ortega, que difundía la obra
de un filósofo alemán al que admiraba mucho: Max Scheler. Se llaman
“valores” aquellas cualidades de las cosas, las personas o los
comportamientos que los hacen atractivos o repulsivos, bellos o feos,
interesantes o aburridos, útiles o inútiles, buenos o malos. Hay, pues,
muchos tipos de valores: estéticos, económicos (los valores bursátiles,
por ejemplo) o morales. Cuando hablamos de “educación en valores” nos
referimos a estos últimos. La justicia, la igualdad, la libertad, la
bondad, lo son.
¿Cómo es posible que mi generación y muchas otras no fuéramos
educados en valores, siendo tan necesarios? Por una razón que ya había
enunciado el viejo y sabio Aristóteles : “Lo importante no es saber qué
es lo bueno, sino obrar bien”. En efecto, la verdadera educación moral
está dirigida a la acción, mientras que la educación en valores es
puramente teórica. Un erudito en valores puede ser un malvado integral.
Por eso, el núcleo de la educación antigua no eran los valores, sino las
virtudes. Y esa es la formación que recibimos. La palabra “virtud”
traducía un bello término griego –“areté”- que designaba la energía
para alcanzar la excelencia. Quienes la alcanzaban eran los “aristoi”,
los mejores, palabra de la que deriva un término magnífico pero
desprestigiado: aristocracia.
Esta idea poderosa de la virtud se añoñó en la prédica moral
eclesiástica, y cuando la religión perdió vigencia arrastró en su caída a
la vigorosa teoría precristiana de las virtudes. Una persona virtuosa
empezó a ser mirada con recelo o desdén. El inglés no cayó en este error
porque traduce “areté” por “strenght”, fortaleza. Los psicólogos
estadounidenses han tomado con entusiasmo la teoría de las virtudes, y
están aplicándola al campo de la educación y de la clínica. La
psicología positiva pretende aumentar las fortalezas humanas, es decir,
las virtudes.
Creo que ha llegado el momento de reivindicar la virtud en nuestro
país, porque nos permite unir la práctica con la teoría, la psicología
con los valores. Virtud es un hábito (por lo tanto una estructura
psicológica) dirigido a la realización de los valores. Como todo hábito
se adquiere por repetición de actos, y facilita la acción. Cuando
empezamos a jugar al tenis lo hacemos con torpeza, cuando adquirimos los
hábitos musculares adecuados jugamos con soltura. Los psicólogos
americanos han recuperado otra importante idea aristotélica . El
conjunto de hábitos que adquiere una persona forma su carácter, su
segunda naturaleza. De ahí la importancia que dan a la “formación del
carácter”. Por cierto, en griego “carácter” se dice “éthos”, palabra de
la que deriva “ética”, la ciencia del buen carácter. En esta estela, la
psicología positiva americana ha evolucionado hacia la ética.
Estoy de acuerdo. La educación tiene como objetivo adquirir buenos
hábitos. La teoría clásica de las virtudes las dividía en noéticas, que
eran los hábitos de pensar bien, y las éticas, que eran los hábitos para
obrar bien. En ambos casos, lo importante era la acción. Un matemático
debe adquirir los hábitos matemáticos, y un inventor, los hábitos de la
invención, y todos, los hábitos de la justicia, la prudencia, la
fortaleza y la templanza. Antoine de Saint Exupery escribió: “no
conocemos las soluciones, lo único que podemos hacer es poner en marcha
las fuerzas que encontraran esas soluciones”.
Pues bien, esas fuerzas son las virtudes. Por eso quiero reivindicarlas.
Hasta aquí el artículo. Queda por responder a otra de la preguntas del
comienzo. ¿Y esto cómo se enseña? Como todos los hábitos, las virtudes
se adquieren mediante el ejercicio. Lo mismo que aprendemos a resolver
problemas matemáticos o a jugar al tenis.