En la era de la comunicación y de las redes sociales, parece cada vez más difícil encontrar
propuestas con
valor que nos ayuden a los docentes a conectar con el alumno y tratar
de mejorar ese interminable proceso de enseñanza-aprendizaje en el que
estamos profesionalmente embarcados. Las redes sociales y la adoración
de la imagen, en lugar de por la lectura comprensiva y por la
concentración en el trabajo, nos puede estar llevando a una práctica
docente cada vez más
superficial o líquida, parafraseando a
Zygmunt Bauman. Está claro que no sirve lo de siempre, pero ¿dónde están
esas propuestas metodológicas que funcionan en el aula o esas prácticas
docentes bien experimentadas y con sustancia?
Nos encontramos en tiempos de
transición donde
discutimos por el tema de los deberes, el fracaso escolar o mezclamos
todo ello con la necesidad de ser competentes en la economía actual. Los
docentes clásicos o innovadores parece que toman uno u otro bando. Los
aficionados a las TIC ya no somos tan extraños y hemos acabado tomando
posiciones más pragmáticas de las que algunos pensaban. Nos tropezamos
con demasiados planteamientos que a menudo nos distraen del quehacer
diario o nos impiden mejorar nuestra docencia de un modo auténtico. A
todo ello sólo falta añadirle los cambios normativos y la aceleración
que demandan los jóvenes en cualquier ámbito.
No
se trata ahora de lamentarse con aquello de que cada vez los alumnos
vienen peor preparados, pero sí tal vez, de proclamar y exigir un mayor esfuerzo en el fomento de la lectura y en tiempos y espacios de silencio y concentración en las aulas. No se trata de gamificar o no, mindfulnear o
no, si no más bien motivar desde bien pequeños en el aula a través de
contenidos con los que conecte el alumno insistiendo en la lectura y en
la resolución de problemas de cualquier índole. Tenemos chavales muy
capaces pero con un compromiso o decisión demasiado superficiales con
los que se necesita mucho trabajo personalizado o diversificado en el
aula.
La escuela es el lugar perfecto para
trabajar todas estas competencias, ya que en casa no todas las familias
tienen las mismas posibilidades, intereses o prioridades en la formación
de sus hijos. No podemos pretender tener alumnos interesados en la
ciencia, la técnica, el arte o la escritura, después de pasar una
escolarización obligatoria con la que no conectan o con un entorno
personal que no ayuda a ello. Aquí sí debiera actuar la neurociencia
tratando de conectar e inspirar a los alumnos en cualquier área
académica independientemente de su dificultad. ¡Qué difícil eso de
inspirar o exhalar cada día atención, empatía, asombro, alegría,
curiosidad...!
El problema, al menos en la Formación Profesional, está en la falta de recursos profesionales
para atender al alumnado menos motivado o con diferentes necesidades
educativas. En las etapas de estudios voluntarios, es cada vez más
frecuente, sobre todo en los ciclos formativos de grado medio, tratar
con alumnos desmotivados con un elevado absentismo o proclives al
conflicto dentro del aula. En la FP debiéramos poder centrarnos en la
formación técnica del alumno, además de preocuparnos de cada alumno como
persona, pero el sistema de acceso o los cambios generacionales nos
están abocando cada vez más a una formación donde lo prioridad es
persuadir al alumno o "convencerle" a través de las calificaciones en el
último término.
Para no seguir desesperando con los problemas habituales, habrá que seguir tomándose las cosas con más calma, pero a su vez exigiendo mucha
más concentración en las tareas que realizamos en el aula y valorando
en mayor medida a los alumnos que se molestan en leer, escuchar y
trabajar junto con los compañeros. Buscar la complacencia del alumno es fácil, más aún en unos tiempos donde darle a un Me gusta es
demasiado barato y donde lo complicado está en proponer y compartir
experiencias positivas y negativas como docentes. Sólo hay que ver la
futilidad del uso de las redes o el uso del WhatsApp como un patio de corralas donde todo es intrascendente o pasajero para adolescentes y adultos.
Supongo que mis alumnos algo aprenden en mis clases, sin embargo, lo que más me interesa es que el alumno sea consciente de
la necesidad de aprender constantemente, sin importar la experiencia ni
los títulos acreditados. Aquello de "Sólo sé que no sé nada" sigue
igual de vigente. Y eso también nos lo podemos aplicar los docentes en
la escuela: ¡cuánto nos queda por conocer!
Seguiremos, pese a los sinsabores, buscando el modo de despertar esas ganas de conocimiento.