Corría
la bella década de los veinte cuando los franceses empezaron a temer
que los alemanes, que les partían la boca cada cierto tiempo, volvieran a
las andadas más pronto que tarde. Entonces, André Maginot, un veterano
de guerra que en aquellos tiempos ejercía de ministro de Defensa, tuvo
una gran idea: levantar cuatrocientos kilómetros de trincheras y
fortificaciones a lo largo de la frontera franco-germana. Esta bacanal
de hormigón y búnkeres protegería a los culos gabachos de la metralla
alemana que, como el de Maginot, salieron bastante chamuscados de la
Gran Guerra. Esta enorme puerta —cerrada, se entiende— al campo se medio
terminó a la vez que los nazis se armaban hasta los dientes, por lo que
todo el pueblo francés aplaudió el invento y suspiró de alivio,
tranquilos al imaginar que Hitler se estamparía una y otra vez contra el
muro de Maginot. Pero, claro, Alemania no se había quedado anclada en
el pasado, y en su maquinaria bélica brillaban los tanques y los
aviones. Además, como los belgas eran amigotes que chapurreaban el
francés, y como la obra costaba un pastizal tremendo, no se construyó
muro por ese lado. Lo que terminó ocurriendo ya es sabido: los nazis
invadieron Bélgica con una mano atada a la espalda; cruzaron la frontera
por los, a prori, inescrutables bosques de las Ardenas; y acorralaron a
los franceses en su propio muro. Desde la Línea Maginot no se disparó
ni una sola bala y quedó para la historia como uno de los fracasos
estratégicos más grandes de todos los tiempos. Hoy día, lo que queda, se
sigue pudriendo a lo largo del oriente francés.
Ya sabemos que el hombre es el bicho que tropieza dos veces en la misma piedra. El actual presidente de la República, Macron, está intentando construir otro muro a lo Maginot prohibiendo, por ley, el uso de los teléfonos móviles en las escuelas. La medida, por lo visto, fue aplaudida por la mayoría de ciudadanos, profesores incluídos, lo que le reportará a Macron un buen número de votos en las próximas elecciones. Los franceses se sienten seguros con la nueva Línea Macron, en este caso digital y base de decreto, no de hormigón como la de Maginot.
También sabemos que el español es el hombre que copia, en caso de duda, todo lo francés. Desde la publicación de la prohibición por parte de nuestros vecinos del norte, hordas de indocumentados piden copiar la restricción francesa, cuando no aumentarla. Más de uno y de dos profesores me han asegurado que la utilización de los teléfonos móviles en la educación es una aberración y que, de extenderse, la escuela se convertiría en un ente incontrolable, algo así como una sodomogomorrización a lo bestia. Es inaudito cómo un profesor, una persona formada, puede pensar a estas alturas que un muro va a parar el miedo. Si en general los muros son estériles, ¡qué decir de un muro contra las ondas! Algunos de ellos no solo se contentan con dejar los aparatos fuera de sus clases (algo totalmente respetable y entendible: su autoridad académica y magistral manda), sino que tiran de un vomitivo paternalismo para empujar sus prohibiciones y extenderlas al resto del profesorado. En mi centro, por ejemplo, se votó en Claustro una propuesta en la que se prohibía el uso de los móviles para fines educativos en la ESO. Es decir, que yo no puedo hacer un Kahoot si no pierdo tres cuartas partes del tiempo de la clase en ir a por los carritos de los portátiles, con todo lo que eso conlleva. Es la productividad, amigos, la que se mira pero no se toca. Por cierto, desde que la prohibición está vigente, no hemos evitado ninguno de los inconvenientes que nos pueden traer los móviles, porque los chicos, ya lo ponga en la Piedra Roseta, los siguen trayendo al centro. Recientemente, un profesor fue grabado mientras daba clase, algo que según los antis no iba a volver a pasar con la prohibición...pero esta es otra historia. En cualquier caso, si los niños van a seguir teniendo el móvil en el bolsillo, ¿por qué no usarlos para mejorar la metodología?
Pero qué se le va a hacer. La indignación del principio fue pasando y se va asumiendo la situación. Sin embargo, es el día a día en las salas de profesores de cualquier centro educativo, o mi experiencia impartiendo cursos de formación, lo que te da la clave. Poco a poco, con un comentario de aquí y otro de allá te vas dando cuenta cuál es el principal problema de toda esta historia: el quid de la cuestión es que los docentes no tienen ni idea del manejo de un móvil. Es evidente que la generalización, como todas, es injusta, pero en este caso solo con unos pocos. Yo pensaba, hasta hace poco, que quién mejor que nosotros para enseñar a los niños el buen uso de esta tecnología, pero me he dado cuenta de mi error. Muchos de ellos cogen el teléfono como cogería mi tatarabuela una pastilla de Avecrem. Tengo el móvil petado, no me va el Whatsapp, eso del Classroom qué es lo que es...eso sí, mandar memes sabe hacerlo todo el mundo. Mi móvil es que es muy viejo y ya no va bien, me dijo otro hace poco con aparato mejor que el mío, que aún estaría en garantía.
Es de alabar el generoso esfuerzo que se está realizando desde los CEP, con su buena oferta de formación, para que se vaya perdiendo el miedo. Espero y deseo que dentro de poco nos acordemos de las prohibiciones como se acuerdan los franceses de su Línea Maginot: con un poco de vergüenza y tratando de volver a olvidarla. Porque el futuro es imparable...y ya está aquí.
Ya sabemos que el hombre es el bicho que tropieza dos veces en la misma piedra. El actual presidente de la República, Macron, está intentando construir otro muro a lo Maginot prohibiendo, por ley, el uso de los teléfonos móviles en las escuelas. La medida, por lo visto, fue aplaudida por la mayoría de ciudadanos, profesores incluídos, lo que le reportará a Macron un buen número de votos en las próximas elecciones. Los franceses se sienten seguros con la nueva Línea Macron, en este caso digital y base de decreto, no de hormigón como la de Maginot.
También sabemos que el español es el hombre que copia, en caso de duda, todo lo francés. Desde la publicación de la prohibición por parte de nuestros vecinos del norte, hordas de indocumentados piden copiar la restricción francesa, cuando no aumentarla. Más de uno y de dos profesores me han asegurado que la utilización de los teléfonos móviles en la educación es una aberración y que, de extenderse, la escuela se convertiría en un ente incontrolable, algo así como una sodomogomorrización a lo bestia. Es inaudito cómo un profesor, una persona formada, puede pensar a estas alturas que un muro va a parar el miedo. Si en general los muros son estériles, ¡qué decir de un muro contra las ondas! Algunos de ellos no solo se contentan con dejar los aparatos fuera de sus clases (algo totalmente respetable y entendible: su autoridad académica y magistral manda), sino que tiran de un vomitivo paternalismo para empujar sus prohibiciones y extenderlas al resto del profesorado. En mi centro, por ejemplo, se votó en Claustro una propuesta en la que se prohibía el uso de los móviles para fines educativos en la ESO. Es decir, que yo no puedo hacer un Kahoot si no pierdo tres cuartas partes del tiempo de la clase en ir a por los carritos de los portátiles, con todo lo que eso conlleva. Es la productividad, amigos, la que se mira pero no se toca. Por cierto, desde que la prohibición está vigente, no hemos evitado ninguno de los inconvenientes que nos pueden traer los móviles, porque los chicos, ya lo ponga en la Piedra Roseta, los siguen trayendo al centro. Recientemente, un profesor fue grabado mientras daba clase, algo que según los antis no iba a volver a pasar con la prohibición...pero esta es otra historia. En cualquier caso, si los niños van a seguir teniendo el móvil en el bolsillo, ¿por qué no usarlos para mejorar la metodología?
Pero qué se le va a hacer. La indignación del principio fue pasando y se va asumiendo la situación. Sin embargo, es el día a día en las salas de profesores de cualquier centro educativo, o mi experiencia impartiendo cursos de formación, lo que te da la clave. Poco a poco, con un comentario de aquí y otro de allá te vas dando cuenta cuál es el principal problema de toda esta historia: el quid de la cuestión es que los docentes no tienen ni idea del manejo de un móvil. Es evidente que la generalización, como todas, es injusta, pero en este caso solo con unos pocos. Yo pensaba, hasta hace poco, que quién mejor que nosotros para enseñar a los niños el buen uso de esta tecnología, pero me he dado cuenta de mi error. Muchos de ellos cogen el teléfono como cogería mi tatarabuela una pastilla de Avecrem. Tengo el móvil petado, no me va el Whatsapp, eso del Classroom qué es lo que es...eso sí, mandar memes sabe hacerlo todo el mundo. Mi móvil es que es muy viejo y ya no va bien, me dijo otro hace poco con aparato mejor que el mío, que aún estaría en garantía.
Es de alabar el generoso esfuerzo que se está realizando desde los CEP, con su buena oferta de formación, para que se vaya perdiendo el miedo. Espero y deseo que dentro de poco nos acordemos de las prohibiciones como se acuerdan los franceses de su Línea Maginot: con un poco de vergüenza y tratando de volver a olvidarla. Porque el futuro es imparable...y ya está aquí.
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