JUGAR A LA CREATIVIDAD
Antes
El lugar de recreo favorito de los niños del siglo pasado era sin lugar a dudas la calle,
la plaza, el pilar, los charcos o los estanques. Muchos de los juegos
que realizaban son hoy en día una verdadera joya de nuestra cultura –y
de la creatividad infantil–. Por ello, me reuní con
algunas personas “mayores” que yo para que me contaran a qué jugaban
cuando eran “pequeños”, en una sociedad donde no había parques, ni
centros comerciales, ni ordenadores ni televisión, casi ni acceso al
cine, pero la creatividad brillaba por sí sola.
La
sociedad ha avanzado, ya casi no hay escuelas que impartan enseñanza
diferenciada y las diferencias entre los juegos femeninos y masculinos
no son tan notables como antes, gracias a Dios.
Chiquillos
y chiquillas no se revolvían salvo escasas excepciones como con uno de
esos juegos que consistía en subir los peldaños de la escalera de la
plaza con las manos, haciendo el pino. Santiago y José “el Negro” eran
expertos en esta materia, demostrando su gran fuerza, aunque Fefina
Villegas, adelantada para su tiempo en esto de buscar la igualdad de
sexos, no tenía nada que envidiarles, así que se recogía la falda entre
las piernas y allí iba ella a subir las escaleras con las manos como
Dios manda. ¡Hoy en día nos mandarían al guardia!
La creatividad brillaba por sí sola
Mis interlocutores me hablaron de otros juegos que ya ni suenan como “Palito Salvo” que era
de los preferidos de los chiquillos, con dos equipos y donde un jugador
llevaba un palo en la mano y debía tocar la pared sorteando a los
del bando contrario, su equipo entretenía a los contrincantes, una vez
que conseguía burlarlos, tocaba la pared al grito de “¡palito salvo!”.
“Planto” era otro
juego con el que, según me cuentan, hoy en día se pondría el grito en
el cielo porque era de los que se “daba leña” (i.e.: ‘se pegaba’) y en
que la rapidez y la audacia eran imprescindibles. Se jugaba con ocho
niños, seis de ellos se colocaban en diferentes puntos mientras otros
dos corrían. Uno de ellos, el perseguidor, tenía un cinto en la mano; el
perseguido corría cuanto podía evitando ser golpeado por los “cintazos”
que le propinaba el otro.
Cuando
el perseguidor se cansaba, a modo de relevo entregaba el cinto a otro
jugador sin que el que huía se enterase, de manera que el desesperado
corredor no sabía a ciencia cierta de quién debía huir. ¡Alguno se llevó
unos buenos cintazos! El nombre del juego viene del grito que lanzaba
el perseguido para pararse y que otro siguiera corriendo y éste era “planto”. ¡Hombre, ni tanto ni tan calvo! ¡Hay juegos y juegos!
Otro de los juegos de los que me hablaron estos sabios, no por viejos, fue “Calimbre”, donde también se formaban dos equipos con un corredor cada uno. El gran grupo corría, cuando era capturado al aviso de “calimbre” era colocado en una especie de cárcel. Ganaba aquél que tuviese más cautivos. Una variante de este juego era “Pincho la Uva”, que se desarrollaba igualmente pero en lugar de “calimbre” se decía “pincho la uva”.
Hablando con ellos recordé uno que jugaba en el colegio y en la plaza, “La Piola”, en
el que un saltador iba sorteando obstáculos que no eran otros que niños
agachados. Huevo, araña, puño, caña, en la que se hacían filas
larguísimas de niños agachados unidos unos a otros. Se trataba de saltar
cuanto más al inicio de la fila se pudiese.
¡Nos dábamos cada trastazo!
En
esa época, y hablo del siglo pasado claro está, había otros juegos que
parecían ser exclusivos de las chicas y que, en general, contenían
cancioncillas o romances como “la gallinita ciega”, “los corros”, “la soga”, “el teje”, “el anillito” o “las prenditas”.
Ahora
Tristeza nos da que nuestros niños apenas jueguen
hoy en día más que a las maquinitas y estén todo el rato sentados
delante de la tele porque los padres estamos ocupados trabajando. La
escuela puede jugar un papel importante para cambiar y hacer que
nuestros niños y niñas jueguen más, se relacionen más entre ellos y
contribuir a compensar esas carencias. Apostemos por fomentar la
creatividad de los niños de ahora y no les demos todo hecho. Que
jueguen. Que construyan ellos su propio aprendizaje y sus propios
espacios de juegos. De nosotros, los docentes, depende.
Dejémonos sorprender
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