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Faltaban menos de cinco minutos para las seis de la tarde, cuando
Profesor se dispuso a sacar de su cartera los exámenes de la semana.
Tras colocarlos encima de su escritorio al lado de su lámpara, volvió a
coger su cartera para sacar su bolígrafo rojo. Y entonces sucedió algo
inesperado. Su bolígrafo rojo había desaparecido. Faltaban pocos
minutos para las seis de la tarde…La relación de Profesor con su bolígrafo rojo era una relación muy especial. Bolígrafo rojo en mano Profesor se sentía poderoso e importante. Con él había corregido miles y miles de exámenes. A Profesor le encantaba corregir los errores que los alumnos curso tras curso cometían en sus exámenes. Profesor era muy meticuloso en sus correcciones y su bolígrafo rojo era implacable. No había un sólo error que se le escapara. Profesor no sólo corregía exámenes: tachaba párrafos erróneos, rodeaba con círculos las palabras mal escritas, ponía signos de exclamación e interrogación en respuestas equivocadas o mal expresadas. No había un solo error que Profesor no detectara en un examen. No había una sola equivocación que la tinta de su bolígrafo rojo no dejara impregnada en un examen.
Faltaba poco para las seis de la tarde. No podía ser. Era imposible. Su bolígrafo rojo había desaparecido. Buscó una y mil veces en su cartera, en sus pantalones, en su americana. Pero nada. No había rastro de su bolígrafo y el tiempo jugaba en su contra. ¿Cómo iba a corregir los exámenes? ¿Qué les diría a sus alumnos cuando entrara por la puerta del aula?
Profesor se sentía perdido, confuso. ¿Quién era él sin su bolígrafo rojo? ¿Cómo sería capaz de resaltar los errores en los exámenes de sus alumnos? Había que hacer algo y rápido.
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