Existe
un consenso general de que la motivación es crucial para el
aprendizaje; de hecho, la motivación es el combustible de un motor, sin
importar cómo se emplee ese motor. Se suele decir que si el alumnado
está motivado, logrará un aprendizaje profundo, empleará menos esfuerzo,
participará activamente en su propio proceso de aprendizaje e incluso
llegará a disfrutar tanto de la materia como de los procesos cognitivos
derivados del aprendizaje.
También se dice que para que el alumnado esté motivado, es
imprescindible que el profesorado lo esté. Si un docente no está
motivado cuando imparte clase, será difícil que logre transmitir la
energía, la ilusión, la pasión y el amor por el aprendizaje.
A pesar de la masificación en las aulas, de leyes educativas que con
frecuencia no abordan los problemas reales del aprendizaje, de la carga
de trabajo administrativo, de los méritos que se exigen para progresar,
de la necesidad constante de actualizar conocimientos, del dominio de
las tecnologías y de la incorporación de procesos pedagógicos novedosos
—sin contar con los problemas emocionales que el profesorado enfrenta— se nos pide que, al entrar a nuestras clases y al interactuar con el alumnado, lo hagamos motivados.
Según el Informe del Defensor del Profesor (2021-2022),
un 78% de los docentes atendidos presentó ansiedad. Es un dato
alarmante que refleja la realidad emocional que muchos profesores viven.
Y a pesar de todo esto, ¿saben qué? La mayoría de los docentes que conozco logran
llegar al aula con motivación, como si todos esos problemas los
metieran en una mochila y la dejaran fuera del aula. Así son las
personas que enseñan por vocación.
Sin embargo, a pesar de esa batalla constante contra los obstáculos,
de esa resistencia a las tempestades del mar educativo, muchas veces no
logramos motivar a nuestro alumnado. Y cuando esto sucede, algunas
personas recurren a la innovación educativa, porque dicen que puede ser una herramienta para motivar.
¿Es esto realmente cierto? Las innovaciones pueden
ser motivadoras por su novedad, por contenidos espectaculares, por el
uso de últimas tecnologías o por la introducción de nuevos
procedimientos metodológicos. Sin embargo, es cierto que el profesorado
no cuenta con una agencia de marketing que le produzca contenidos
impactantes ni utiliza las últimas tecnologías del mercado (con Moodle
ya nos damos por satisfechos). Así que, la motivación que debemos buscar
en cualquier método de innovación educativa es la innovación en los
procesos.
Para identificar la innovación en los procesos de aprendizaje,
tenemos que despojarla de la influencia de los contenidos y de la
tecnología. Es esencial que en cualquier divulgación de innovación
educativa se clarifique qué procesos son los realmente innovadores, cómo
se ha conseguido romper con la inercia de la desmotivación, en qué
indicadores se basaron para medir la motivación del alumnado y con qué
herramientas la evaluaron.
Así pues, desde este blog hago un llamado a quienes divulgan la
innovación para que, además de resaltar sus bondades, incluyan una
explicación de que procesos utilizaron para lograr motivar al alumnado y
a sí mismos. Les aseguro que cualquier docente con vocación estará
dispuesto a implementar ese método.