En
cuanto te paras a pensar en las incongruencias personales que cometemos
como educadores, te das cuenta del camino que nos queda por recorrer
para ser íntegros y no seguir atrapados en esa falta de coherencia donde
no siempre hacemos lo que decimos. Sabemos que el ejemplo es uno de los
mejores maestros, pero no siempre somos ejemplares en el aula, fuera de
ella, o a lo largo de esa actividad digital que desarrollamos con mayor
o menor acierto. Me he dispuesto a listar una serie de comportamientos
habituales donde suele patinar esa congruencia que se nos supone:
1. Uso del móvil.
Nos hartamos a despotricar sobre el uso y abuso que hacen los más
jóvenes de sus dispositivos. Nos alarmamos por el exceso de tiempo que
dedican a consumir contenidos digitales de todo tipo y, principalmente,
como un medio de ocio personal y comunicación con sus allegados. Se
supone que con más de 30 horas de consumo del móvil ya tenemos un
problema incipiente de adicción. Sin embargo, ¿has mirado cuánto tiempo
consumes al día? Es fácil saber este dato desde
nuestro dispositivo y tal vez nos llevemos alguna sorpresa. En casa o
en el aula no siempre somos capaces de mantener el móvil guardado y
apagado con la excusa de alguna urgencia o para pasar lista en su
caso.
2. Redes sociales. Al igual que con el
móvil, los adultos también adolecemos de congruencia cuando nos
sobreexponemos en las redes sociales más comunes: publicación de fotos
personales en una cuenta con un perfil abierto, difusión de imágenes de
familiares menores de edad (el peligroso sharenting),
inclusión de comentarios inapropiados en las redes, consumo de tiempo
excesivo o el proselitismo en el que caemos cuando desde la escuela
animamos a usar las redes para comunicarnos con los estudiantes,
compartir materiales o hacer ese marketing educativo de dudosa catadura
moral cuando los protagonistas son menores. Cómo si no fuera suficiente
con las medidas persuasivas que aplican las multinacionales del ramo
para mantenernos atrapados sin aplicar los filtros necesarios.
Eso no quita, evidentemente, que aboguemos y eduquemos por un uso
sensato y profesional de unas aplicaciones que también pueden ofrecer
conocimiento y oportunidades laborales.
3. Lectura y escritura. Aquello de "hay que leer" ya dijo Pennac que
debiera estar prohibido. Si consideramos abrir un libro como un acto
subversivo, tal vez ganemos lectores. Sin embargo, es nuestra afición a
la lectura y/o a la escritura la que puede animar a otros a engancharse a
este viejo pasatiempo. La animación a la lectura, además de desde casa,
también se puede hacer mediante conversaciones, debates, visitas
culturales, o sencillas actividades donde damos importancia a los libros
por encima de otros valores. Para ello, es necesario empaparse de
libros habitualmente o escribir con asiduidad para trabajar esas
competencias relacionadas tan necesarias. Sin olvidar la escasa lectura
pedagógica que acumulamos a lo largo del tiempo.
4. Evaluación.
Muchos aún confunden evaluar con calificar. Nos quedamos con esa nota
final obtenida a través de una extensa hoja de cálculo donde se
promedian un sinfín de ítems que no son revisados por los alumnos.
Seguimos calificando y evaluando formativamente poco a pesar de lo que
la norma nos indica o de lo que hemos señalado en nuestra programación
con un simple corto y pego que luce a la perfección.
5. Compañerismo.
Hay muchas formas de ser un buen compañero/a de trabajo: dejar el
trabajo programado y disponible cuando deben sustituirte, implicarte en
los equipos de trabajo docente, no aprovechar la antigüedad o los
intereses personales en contra de los criterios pedagógicos de
organización educativa, hacer crítica constructiva, etc. Ese trabajo en
equipo que tanto demandamos al alumnado suele ser una carencia entre un
profesorado acostumbrado en hacer y deshacer a su antojo o sin contar
con el criterio de otros colegas.
6. Disculpas.
Como docentes metemos la pata a menudo. No es difícil enfadarse con los
estudiantes, tener un mal día o no estar afortunado con las palabras
dichas en un momento determinado. Incluso con otros compañeros. El
problema viene cuando exigimos disculpas a esos mismos alumnos o
docentes mientras nosotros nos creemos actores impecables en nuestro
cumplimiento profesional. Lo poco que cuesta una disculpa y lo mucho que
previene...
7. Inteligencia Artificial. Nos
subimos al carro de la IA por obligación, por convencimiento o por no
quedarnos rezagados de la moda educativa de turno. Con facilidad
despotricamos de los plagios cometidos por el alumnado mientras
fusilamos recursos de otros sin hacer mención a las fuentes o copiando y
pegando párrafos enteros del ChatGPT del momento. Y mira que cuesta
poco citar y referenciar estas fuentes, así como comprobar la corrección
de los materiales generados por unas aplicaciones que siempre tienen
riesgos (alucinaciones, privacidad, medio ambiente, sesgos, etc.).
8. Medio ambiente.
Si todavía no has caído en el negacionismo climático (ahora tan
moderno), puede que sigas presumiendo de reciclar botes y botellas o el
aceite de tus fritangas. Incluso en casa, donde apagamos hasta la última
bombilla, somos seres sostenibles casi perfectos. En los centros
educativos ya es otro cantar: luces o aires acondicionados sin apagar o
con las ventanas permanentemente abiertas, residuos sin separar,
ordenadores constantemente encendidos, fotocopias a diestro y siniestro,
o el uso de esa IA que ha provocado un aumento del consumo de energía de los centros de datos mayor al 92% de los países del mundo.
9. Inclusión.
Delicado asunto. En el papel todos somos respetuosos con la diversidad
en las aulas (y supuestamente fuera de ellas). Luego, nuestros
comentarios más o menos desafortunados, por el nivel intelectual del
alumno, su procedencia o el incordio que generan, ya son menos
coherentes con ese respeto e inclusión debidos. Lamentablemente, hay
discursos discriminatorios en las aulas que no cortamos para evitar
problemas o discusiones incómodas. No sea que nos señalen o nos woketicen sin permiso.
10. Experiencia.
Los docentes de FP, mayoritariamente, abogamos por la importancia de la
formación práctica del alumnado. Somos conscientes de las bondades de
la formación en la empresa y el impulso de una dualización eficaz y
estratégicamente programada. Aún así, son pocos los docentes de FP que
consideran llevar a cabo esa misma formación práctica en un centro de
trabajo para actualizar sus conocimientos y competencias profesionales.
Nos sumamos a otros tipos de formación por motivos bien distintos.
Desafortunadamente, los incentivos y las normativa al respecto nos hace
merecedores de esta última incongruencia.