Está
claro que a los profesores nos encanta hablar. De hecho, según John
Hattie (2012), en promedio, entre el 70 % y el 80 % del tiempo en el
aula el profesor está hablando. Sin embargo, los estudios revelan que cuando cede el protagonismo al alumno y éste participa de forma activa en el aprendizaje su rendimiento aumenta (Dolan y Collins, 2015) por lo que, en la práctica, deberíamos invertir los roles y hablar menos, pero escuchar más. Este
proceso facilita el diálogo democrático necesario para compartir el
aprendizaje e informa al profesor sobre los conocimientos previos,
intereses o capacidades del alumno que permitirán optimizar lo
verdaderamente esencial, que es el aprendizaje y no la enseñanza.
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